Cuaresma | Rezar en el metro

Pedimos lo que deseamos. Y ¿qué deseamos? Vale la pena que veamos si nuestros deseos más íntimos y profundos, los más verdaderos, exigen que nos convirtamos. Lo interesante es desear la realización de lo esencial. Cuando salimos de ahí, fácilmente nos apagamos, nuestra vida se hace insulsa. Cristo nos enseña a desear. Cuando deseamos bien, podemos pedir bien, y recibir.

Como hubiese amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Aquí se encuentra la clave de interpretación de todo lo que va a pasar en la semana de Pasión. No se trata de entender al marido o a la mujer, o al amigo… sino de quererle. Esta lógica se muestra, nos la muestra Cristo. Que sepamos mirar durante los próximos días lo que ocurre. En el sagrario es donde mejor lo muestra. Todo lo tolera, todo lo espera, todo lo recibe… Que también nos veamos esclavos.

Dice el profeta: os sacaré de vuestros sepulcros y os llevaré a la tierra de Israel. ¿Dónde está la vida? ¿Dónde está la muerte? Pedir Vida a Dios. Y permitirle que actúe. Sí: permitírselo. Porque nuestro Dios -gritaban los judíos- es un Dios que actúa, a diferencia de los dioses vecinos. Y Cristo dice: Yo sigo actuando.

Uno puede hacer sin más trascendencia. Pero estar de verdad, supone en uno mismo transformación, hacer. Y mirar de verdad implica estar, porque mirar implica ponerse en el lugar, acompañar. El que mira, esta y hace. Se trata de mirar a Cristo con esa mirada, implicandose, sin prisa, comprendiendo, dejandose interpelar para ser salvados, transformados.

Para llegar a la Vida hay que morir. Es bueno que nos planteemos en estos últimos días de Cuaresma a qué más debo morir. Escuchar, en los silencios que propiciemos, a nuestra conciencia decirnos cosas concretas y ganar el pulso y decir que sí, que quiero morir para Vivir.