Piedras Vivas

En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Negro, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca, y Saulo. Mientras participaban en el culto al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo, “Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado.” Así que después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron.

Esta es una meditación más sobre la figura increíble de Pedro. Lo hemos acompañado desde su llamada en el lago de Galilea, y ahora lo encontramos encadenado en una cárcel en Jerusalén. Vimos a el inicio a alguien que quería controlar todo, y ahora lo vemos dormido entre una patrulla de soldados, sin saber si en las próximas horas iban a abrir la puerta para llevarlo a su ejecución. Pero como los jóvenes hebreos, había otro en la hoguera con él.

La Iglesia empieza a crecer, extenderse, y funcionar como el cuerpo que Cristo tenía pensado. No es un movimiento local, limitado a los esquemas religiosos y geográficos de Jerusalén. Otras ciudades, como Antioquía empieza a cobrar importancia por el espíritu de fervor y testimonio. Pero en las notas del texto empezamos a sentir discordia. Los discípulos disruptivos irán aprendiendo que todos los caminos a la resurrección pasan por la cruz, y como dijo el Señor, “El discípulo no es superior a su maestro ni el siervo superior a su maestro.” (Mateo 10:24)

Terminamos este capítulo de los Hechos de los Apóstoles con un nuevo Pentecostés. Sin duda el momento inicial de la irrupción del espíritu Santo en la vida de la iglesia en Jerusalén no era suficiente. En esta meditación queremos contemplar la ansiedad y las ganas de Dios de llenar nuestros corazones, abrirnos a los movimientos de la gracia, y hacer crecer en los corazones de TODOS el mensaje de salvación.

La visión de Pedro (Hechos 10: 9-22) Seguimos en uno de los capítulos más importantes de los Hechos de los Apóstoles. Estamos en un momento de cambio y de transición, y sin duda estos momentos no son fáciles, sobre todo para Pedro. El Espíritu Santo tiene que empujarlo para que nazca esa iglesia. Y parece que esta realidad ya no cabe dentro de los esquemas antiguos. El fervor del Espíritu requiere una nueva forma, o como Cristo decía, “nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces los odres se revientan, el vino se derrama y los odres se pierden; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos, y ambos se conservan.” (Mateo 9:17)