
Podcast de La Gran Evasión
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La Gran Evasión, tu programa semanal sobre cine emitido desde Sevilla. Un puñado de tipos apasionados por el cine comentan y analizan viejas películas en animada tertulia.
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¿Qué podemos amar que no sea una sombra?. El misterio es un cine, para encontrarse con un amor pasado. La adoración a un padre lacónico que una noche fría perderá su magia tras una copa de coñac. A ritmo de pasodoble, asistimos a esta historia mágica en torno a un padre y una hija, entre el norte y el sur. En una casa alquilada en medio del campo, llamada la Gaviota, vive una cría con sus ausencias. Una madre represaliada de la República y un padre al que adora, un padre que la hipnotiza con un péndulo de zahorí, hace cosas que nadie más puede hacer. Erice consigue tocar la fibra porque apela al subconsciente, a recuerdos de la infancia. Escuchamos ladridos del perro y la luz del amanecer va dando forma a los rincones de la habitación, una adolescente en la cama mira el reloj y el tic tac suena más claro, están llamando a voces a su padre, esa mañana no ha vuelto a casa. Imágenes de gran belleza pictórica cubren estas memorias de fingida alegría. El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, de nuevo decía Hölderlin. Esos sueños dorados de la infancia se desvanecen, aunque los ojos tristes de Iciar Bollain sigan recordando el baile con el padre amado. Ojos antes asombrados los de la niña Estrella – Sonsoles Aranguren-, tan abiertos como los de Ana Torrent mirando al monstruo de Frankenstein. Ante la presencia de un padre adorado, a medida que la niña madura irá comprendiendo la verdad de ese padre ensimismado, que se encierra en la buhardilla en silencio. Ya dejará de esconderse debajo de la cama, eso sí, seguirá escuchando los golpes del bastón, rítmicos como las notas del pasodoble que bailaron en su primera comunión. Años después, su padre le preguntará si se acuerda de aquella música que suena en el salón contiguo. Allí lo dejo para asistir a su clase de francés, allí lo dejó solo, abandonado a su suerte. ¿Y ella? Ella tendrá que hacer las maletas, volver al sur, a conocer el enigma que Erice siempre lamentó no poder rodar en tierras de Sevilla. Erice no quería limitar el recuerdo del sur a unas postales coloreadas. El éxito de crítica y público en el Festival de Cannes de la película inacabada fue decisivo para que Elías Querejeta se negara a que fuera completada. Esta noche escribimos una carta de amor en un café de provincias… Zacarías Cotán, Raúl Gallego, Rosario Medina, José Miguel Moreno y Salvador Limón.

Una vez me aventuré con el coche por los caminos de agua, pájaros, sol, arroz y tierra, sin conocer la zona de las marismas, y me vi inmerso en un laberinto, me asusté y salí de allí. Las gentes del puntal avisan que para aventurarse por esos canales hay que ir acompañado de algún conocedor de la zona, suelen llevar en el coche una piedra del calibre apropiado para poder romper las lunas en caso de que el suelo de tierra y barro se resquebraje bajo los neumáticos. Atín exploró la comarca con su moto, su cámara y su trípode en los años noventa, después se agenció un todoterreno, que terminó absorbido por las marismas. A Atín se le recuerda por allí, un joven que llegaba en moto con su timidez y se alejaba del progreso de la Expo´92 en Sevilla, para adentrarse en una zona desconocida, furtiva, empantanada en la memoria. Aquel fotógrafo parecía un personaje salido de la Nouvelle Vague, según uno de los compañeros recuerda en el documental. Retrató con profundo respeto a los habitantes de esa comarca de agua, aves y cangrejos. Punto de partida de “La isla mínima”, sus imágenes hipnotizaron a Alberto Rodríguez. El artista retrató la llegada de la modernidad en los 90 a Andalucía, captó las miradas de los lugareños de ese paisaje sobrecogedor, dejó otros trabajos como "Sevillanos", "Paisanos",y tantos más, dado que la mayor parte de su obra está inédita. Los artífices del documental, Hugo Cabezas y Alejandro Toro, apostaron por un formato audiovisual 5:4, con la intención de fundir el trabajo del fotógrafo con esa pantalla similar a las imágenes analógicas del artista. La película fluye y nos impregna, con los rostros de esas gentes fotografiadas con los grises de Atín, y las imágenes actuales de mujeres, labriegos y pescadores, uno de ellos llega a preguntarse mirando a la cámara, entre lúcido y confuso, que ha hecho en su vida, ha bailado, ha trabajado, ha reído, ha llorado, ¿y que?, eso es todo? Esta noche departimos impresiones con el director del largometraje, Hugo Cabezas, el productor Fidel Pérez, el estudioso de su obra, Pablo Cousinou, José Miguel Moreno, Chari Medina y Raúl Gallego.

Con un tono frío y distante Tavernier adapta la novela de David Compton, realizando el guion junto a David Rayfield. Paisajes urbanos y rurales de desolación, de un futuro poco apacible. Un film premonitorio sobre la miseria de los medios de comunicación, de un reality show capaz de transmitir la muerte en directo. Los últimos días de una mujer enferma terminal en unos tiempos en que la muerte es indolora. Un espectáculo obsceno, sin privacidad. Tavernier vaticina el mundo actual de streamers e influencers que mueren en pantalla ante la mirada de sus seguidores. Ella, escritora, pregunta a un monitor posibles desenlaces para el libro que escribe, en 1980 se adivina la inteligencia artificial y los chats con una máquina. Espectadores voyeurs observan a través de los ojos de Roddy -Harvey Keitel- la huida de una mujer avasallada, engañada por todos- - excepcional Romy Schneider -- Siempre huyendo. Huye de la cadena de televisión, del productor sinvergüenza – Harry Dean Stanton- de un marido displicente. El reportero duerme con los ojos abiertos, asistirá un proceso de cambio, un progreso, de la persecución de su presa a un arrepentimiento desesperado, que culmina en la escena climática de la playa. El productor es un canalla y, sin embargo, todo lo que dice es real. La gente se siente atraída por lo obsceno, por el morbo, he ahí la gallina de los huevos de oro. En Network, un mundo implacable, de Lumet, también hay una muerte en directo, la de un iluminado que batía récords de audiencia. La sociedad del espectáculo, de la telebasura. Al fin, ella buscará controlar su vida, aunque sea pagando el precio más alto. Esta noche vemos nuestro rostro en un cartel de publicidad… Zacarías Cotán, Salvador Limón y Raúl Gallego.

La visión y el genio de Lubitsch, un judío alemán, nos dejó joyas como esta Ninotchka. Con guion del discípulo aventajado Billy Wilder, mano a mano con su colaborador Charles Brackett, y Walter Reisch. La secuencia de Greta Garbo, la comisaria soviética bajando del tren con su cara de palo, esa cara rígida que irá suavizando una vez conozca al conde astuto y vividor, -Melvin Douglas- Esa inolvidable escena del tren con los tres diplomáticos soviéticos, inolvidable trío, recibiendo a su supervisora, se conecta en mi imaginario con otra estación, con Wilder tras la cámara y con Lemmon y Curtis divisando un cañón rubio con andares cimbreantes. Marilyn muestra mucho más desparpajo que la Garbo, y es que esta fue la primera comedia de la actriz de origen sueco, a la que incluso le daba vergüenza hacer la escena en que se emborracha de champan. La propaganda de Ninotchka aseguraba: “La Garbo se ríe”. Y así es, al principio la rusa parece no pillar los chascarrillos de su aristócrata admirador, hasta que de pronto rompa en una carcajada delante de sus camaradas. En la magnífica escena del restaurante donde el aristócrata intenta confraternizar con los obreros que están allí comiendo, un gigoló en horas bajas, calavera intentando hacerse amigo y exaltando su espíritu solidario para enamorar a la rusa. Si Marilyn sabía cimbrear sus caderas en esa estación, la Garbo es un témpano, rígida y formal como solo una comisaria soviética podría ser, y sin embargo, al film el amor la humaniza, la relación entre el Conde Leo y su compatriota destila fuego, él la desnuda figuradamente quitándole el abrigo en su apartamento y la diosa Garbo se deja llevar sin remilgos, al final le gusta esa música que sale del tocadiscos, Ninotschka sabe besar a un hombre mejor que ninguna. Un inicio mítico con el toque Lubitsch. Los tres camaradas rusos extasiados ante los oropeles del hotel Ritz y sus puertas giratorias. El ridículo sombrero de la época, con forma de embudo, al que Ninotschka echa el ojo en un escaparate, ¿cómo puede sobrevivir una civilización que permite a sus mujeres llevar eso en la cabeza? Ninotchka terminará transigiendo con el capitalismo y se pondrá el horrible sombrero. Según Wilder, esta fue idea de Lubitsch. Rodada en el verano de 1939 con el pacto de no agresión recién firmado entre Stalin y Hitler, esos momentos convulsos del mundo los capea Lubitsch a base de chistes, malentendidos y champán. La propaganda no es solo contra el bloque comunista, Lubitsch se pitorrea con clase de la insoportable duquesa zarista, y profana las convenciones burguesas. Salvador Limón, Raúl Gallego. José Miguel Moreno y Zacarías Cotán nos debatimos entre una copa de champán y la leche de cabra en La gran Evasión.

Dos personas en crisis conectadas en Tokyo comparten su confusión. Mas que esto no hay nada, dice la canción de Roxy Music que Bill Murray canturrea en el Karaoke mirando a Scarlett Johansson, no hay nada más que esa conexión de dos almas perdidas. Una joven en ropa interior contempla la gran urbe a través de la ventana, un actor de viaje en el país del sol naciente se pimpla los whiskies que él mismo anuncia en el bar del hotel: “Un momento de relax es un momento Suntory”. Profundidad de campo, iluminación intimista y el actor, mirando una lámpara, se enciende un habano y bebe en silencio. Bill Murray aporta sus gestos congelados, su cara de póker tan divertida, esas caras que le pone a la joven, natural y bella Scarlett Johansson. Salen de la habitación, entran, se encuentran en la piscina, y comparten su hastío, bucean en compartimentos afines mientras las señoras mayores practican aerobic. El vestuario, los lugares, la iluminación, los tonos neutros escogidos por Sofía Coppola subrayan el abandono y la estupefacción de la insólita pareja. Los tópicos y los lugares el Japón desde la mirada de un occidental. Con esta película hay que conectar, ocurre algo similar a la más reciente “Aftersun” -Charlotte Wells-, momentos de cierta alegría y otros de tristeza, de soledad ociosa en un hotel. Seguramente la joven licenciada en filosofía y harta de un marido fotógrafo y adicto al trabajo nunca más llame al actor en horas bajas, aún así nos quedamos pensando que le susurró al oído mientras sube la distorsión del “Just like Honey” de los Jesus and Mary Chain. Esta noche nos vamos de marcha por Tokyo con pistolas de juguete… Chari Medina. Salvador Limón, Raúl Gallego y Zacarías Cotán

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