
unaVidaReformada
Podcast de samuel hernández clemente
Disfruta 90 días gratis
9,99 € / mes después de la prueba.Cancela cuando quieras.

Más de 1 millón de oyentes
Podimo te va a encantar, y no sólo a ti
Valorado con 4,7 en la App Store
Acerca de unaVidaReformada
mirando la vida desde la perspectiva de Dios
Todos los episodios
446 episodios
Los redimidos no callan. No pueden. El Evangelio no solo nos desata del pecado, sino que nos suelta la lengua para cantar. Los labios que antes maldecían ahora bendicen. Las bocas que antes murmuraban ahora entonan salmos. Y los corazones que antes latían al ritmo del mundo, ahora palpitan con gratitud, devoción y gozo en Cristo. El Salmo 47 es un salmo de realeza, una explosión de júbilo delante del trono de Dios. Pero no es un mero arrebato emocional: es un mandato litúrgico, un imperativo doxológico. “¡Batid las manos!” —sí, es un mandato. “¡Aclamad!” —no es una sugerencia para los días soleados. ¡Es el llamado de Dios mismo a su pueblo redimido!

Eclesiastés 2 es un memorial, un epitafio escrito con tinta amarga en la lápida de los placeres sin Dios. El Predicador (Qohelet), el sabio rey que lo tuvo todo, nos deja una autobiografía en ruinas: la crónica lúcida de un alma que bajó al fondo del pozo existencial… para descubrir que estaba seco. Tuvo sabiduría, risa, vino, jardines, arte, amantes, arquitectura, riqueza, esclavos y poder. Probó la vida como quien se sienta en un buffet y dice: “Sírveme de todo, y doble porción”. Y al final de esa gran cena sensorial, solo halló un sabor: fastidio. “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan…” (v. 10) “…y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu…” (v. 11) Este hombre vivió lo que muchos sueñan. Fue el influencer que los publicistas desearían contratar. Y sin embargo, se volvió el profeta del vacío. ¿Por qué? Porque buscó saciedad debajo del sol, en un sistema cerrado, horizontal, sin eternidad. Y ahora, como un buen pastor de almas, nos dice: “¡Sobre aviso no hay engaño!”

Aborrecí todo mi TRABAJO que había hecho debajo del sol. (Ecl. 2:18) DEBAJO DEL SOL: EL TRABAJO CANSA, FASTIDIA Y FRUSTRA Muchos hoy le darían la razón a Salomón: ¡Oh Salomón, tú sí sabes hablar como nosotros hablamos al llegar el viernes por la tarde! “Ya me cansé”. No es solo una frase, es un grito existencial. No es simple fatiga muscular; es hartazgo del alma. El autor de Eclesiastés no se queja por pereza, sino por frustración, por decepción; ha trabajado, ha edificado, ha acumulado, ha producido… pero al final, todo parece polvo que se lleva el viento. El problema no es el trabajo en sí, sino el debajo del sol: una vida sin Dios, donde el sudor se vuelve sinsentido, y el esfuerzo parece alimentar solo al vacío. Bajo el régimen de este mundo caído, el trabajo muchas veces se siente como castigo, no como llamado. “Con el sudor de tu frente comerás el pan”, dijo Dios al hombre caído (Gén. 3:19). ¡Y qué bien lo sabemos! Jornadas interminables, jefes tiránicos, injusticias laborales, salarios que no alcanzan, tráficos que desesperan, rutinas que matan el alma lentamente. ¿Resultado? Cansancio. Frustración. Y hasta aborrecimiento. Pero gracias a Dios, no todo termina en Eclesiastés 2. VIDA RENOVADA, VISIÓN RENOVADA Cristo irrumpió desde arriba del sol. Y con Él, una nueva manera de ver la vida, y de ver el trabajo. El evangelio no solo redime almas, también redime agendas, empleos y escritorios. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es…” (2 Cor. 5:17), y eso incluye también una nueva forma de ver el lunes por la mañana. Ya no trabajamos como esclavos de Faraón, sino como siervos del Rey. Ya no dependemos del éxito, sino de Su providencia. Ya no buscamos identidad en nuestra productividad, sino en nuestra unión con Cristo. "El creyente trabaja con gozo porque sabe que su labor no es en vano en el Señor" (cf. 1 Cor. 15:58). Lutero dijo que “el lechero glorifica a Dios ordeñando vacas”, si lo hace para la gloria de Dios. El creyente en Cristo, incluso cuando lava trastes, lo hace con gratitud, porque entiende que todas las cosas son santas cuando están en las manos del Santo. EL TRABAJO ES UN ESCENARIO DE DEVOCIÓN El trabajo, en Cristo, ya no es martirio ni castigo, sino campo de adoración. Cada actividad—desde enseñar una clase, programar un código o barrer una calle—puede ser un altar. ¿Quién lo diría? Ese Excel lleno de fórmulas puede ser tu incienso matutino. Esa jornada con niños en casa puede ser tu liturgia. Esa venta lograda con honestidad puede ser tu cántico de alabanza. “Lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23). Dios derrama su bendición sobre nuestro trabajo cuando lo hacemos en obediencia y confianza. Él es quien da el poder para hacer riquezas (Deut. 8:18), y también quien nos sostiene cuando el fruto escasea. Nuestra dependencia no está en la nómina, sino en Su fidelidad. NI ÍDOLO, NI TORMENTO: EL TRABAJO ES UNA VOCACIÓN SAGRADA El gran error en tiempos modernos no es solo aborrecer el trabajo, sino adorarlo. Lo convertimos en ídolo. Nos definimos por nuestro cargo, por nuestras conquistas laborales, por nuestro “éxito”. Así, el trabajo se vuelve un nuevo Faraón que no deja lugar para el descanso, ni para el alma. El cristiano que adora su trabajo terminará quemado, vacío y confundido. Pero Dios, en su sabia providencia, ordenó el descanso. “Seis días trabajarás; mas el séptimo es reposo para Jehová tu Dios” (Éx. 20:9-10). El descanso sabático no es pereza institucionalizada, sino un acto de resistencia espiritual: No vivo solo de pan, No soy esclavo de mi calendario, No dependo de mí, sino de Aquel que vela aún cuando yo duermo (Sal. 127:2).

“...Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado. Y también morirá el sabio como el necio. Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu.” — Eclesiastés 2:15-17 Salomón, en su brutal honestidad, nos introduce a un confesionario existencial donde la sabiduría no halla consuelo, el trabajo no otorga sentido, y la memoria humana se diluye como tinta en agua. Aquí no hay decorados ni espejismos: solo el vacío que huele a sudor sin recompensa, a lápida sin epitafio. ¡Qué imagen más demoledora para el hombre moderno, que vive para “hacerse un nombre”! Pero Eclesiastés dinamita esa utopía: “ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre.” He ahí el nihilismo: no sólo morirás… sino que nadie se acordará. Es que el alma, sin la luz del evangelio, se ahoga en esta tiniebla. Es el silencio eterno del universo ante tus logros, tu título, tu biografía. Sartre le llamó “náusea”, Salomón le llama "vanidad y aflicción de espíritu". El pronóstico del nihilismo: fastidio a corto plazo y olvido a largo plazo. Salomón lo dice sin anestesia: "Aborrecí la vida". No porque fuera un depresivo clínico, sino porque había entendido que toda búsqueda de sentido divorciada de Dios es como poner cortinas nuevas en una casa en llamas. El fastidio llega pronto —el trabajo cansa, las personas decepcionan, los placeres se diluyen— y, a la larga, todo se olvida. Aún los más grandes terminan siendo notas a pie de página que nadie lee. ¿Quién recuerda hoy a los sabios de Babilonia? ¿Quién se preocupa por los arquitectos del Imperio Asirio? ¿Dónde están los grandes bibliotecarios de Alejandría? La historia es una trituradora sin piedad, y el corazón humano, cuando se enfrenta a esta certeza sin redención, no halla más que desesperanza. ¡Pero gracias sean dadas a Dios! El mismo Dios que puso eternidad en nuestro corazón descendió al tiempo para redimirlo. Jesucristo, el Eterno encarnado, entró en la historia no sólo para salvarnos del juicio venidero, sino también para rescatar nuestras vidas presentes del sinsentido. Cristo no es un “parche espiritual” para un alma aburrida; Él es el rediseño completo de nuestra existencia. Su encarnación y resurrección reescriben el destino humano: del polvo a la gloria, del olvido al memorial eterno, de la vanidad a la plenitud. Él dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). No abundancia en el sentido superficial y materialista que predican los mercaderes del evangelio, sino abundancia de propósito, gozo, y comunión con el Dios Trino. No se trata de evadir el nihilismo, sino de matarlo con el gozo indestructible del Evangelio. Cristo es el único que puede dar peso eterno a nuestras obras, significado a nuestro sufrimiento, y nombre perpetuo más allá del sepulcro. Fuera de Cristo, todo es olvido. En Cristo, “los que hacen la voluntad de Dios permanecen para siempre” (1 Juan 2:17). Nuestro nombre puede ser borrado de los monumentos, pero está inscrito en el Libro de la Vida. Nuestro rostro se desvanecerá de las fotografías, pero será resplandeciente en la gloria venidera.

“Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.” —Eclesiastés 2:11 Eclesiastés 2 es el testimonio íntimo y crudo de un hombre que vivió como si fuera eterno... pero despertó con sabor a óxido en el alma. Salomón no fue un bohemio cualquiera, ni un filósofo frustrado con ínfulas de influencer espiritual. Fue rey, sabio, millonario, artista, arquitecto, seductor, coleccionista de mujeres y de viñedos… en resumen: un volcán humano en plena erupción de proyectos y placeres. Pero terminó apagado. Como esos volcanes majestuosos que ya no humean, Salomón se ve a sí mismo en el espejo de su biografía y dice: “todo es vanidad”. ¿El resumen de su existencia bajo el sol? Un álbum de selfies de lo logrado… pero sin alma. EL BUFFET DEL MUNDO: HARTAZGO SIN SACIEDAD Observe la precisión quirúrgica de los verbos en el capítulo: “Me engrandecí... me hice... adquirí... amontoné... me hice huertos... probé...” (Ecl. 2:4–10). Verbos activos, contundentes, sedientos. Parece una lista de propósitos de año nuevo para algún coach secular de YouTube. Pero Salomón no era un amateur del hedonismo; fue un catedrático con doctorado en placeres. “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan” (v.10) — El eslogan del mundo moderno. Compró, contrató, construyó, cantó, comió, y coleccionó… mujeres, lujos, logros y éxito - ¿Resultado? Ceniza. Fastidio. Hastío. LA CONTABILIDAD DEL ALMA: SALDO ROJO Salomón hace un inventario espiritual en los versos finales. Y lo que encuentra no es gozo sino desilusión existencial: “Volví yo entonces a mirar la sabiduría, y los desvaríos y la necedad...” (v.12) - Mira su propio legado con la frialdad de un contable que cierra su negocio en quiebra. Lo tuvo todo... y no tiene nada. La fiesta terminó, el vino se acabó, los músicos se fueron, y el alma sigue sedienta. Sí, la vida debajo del sol, esa expresión que repite como una letanía lúgubre, no tiene agua viva, ni pan verdadero, ni tesoros que no se corrompan. Solo tiene promesas infladas con humo. Todo aquello que parecía gloria, terminó siendo diamantina barata. UNA HISTORIA DIFERENTE. Pablo pudo saber lo que Salomón no conoció; que Cristo es el banquete del alma; y todo lo demás es migaja de mendigo. ¡Qué contraste glorioso es la vida de Pablo! No tuvo palacio, ni concubinas, ni jardines de Edén artificiales. Fue azotado, naufragó, vivió en prisiones, comió lo que pudo y predicó a quien quisiera escucharlo. Sin embargo, en su última carta —no al estilo de Eclesiastés sino con esperanza apocalíptica— escribe: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia...” (2 Tim. 4:7-8) - ¡Ese es el desenlace de una vida no vivida “debajo del sol”, sino en Cristo! Salomón murió rico y seco; Pablo murió pobre y rebosante. Salomón murió con mil mujeres y sin consuelo; Pablo murió solo… pero rodeado de gloria futura. Salomón tuvo todo pero no halló sentido. Pablo lo perdió todo… y lo halló todo en Cristo. UN VOLCÁN APAGADO O UN PEREGRINO CAMINO A LA DICHA. Hermano, hermana: ¿estás viviendo como Salomón o como Pablo? La vida sin Cristo es un carnaval insípido: luces de neón y risas enlatadas, promesas de plenitud que se marchitan al amanecer. En cambio, la vida en Cristo, aunque empapada de cruz y lucha, termina con corona, con gloria, con gozo verdadero. “Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” (Apocalipsis 22:17) ¡No más buffet de mundo! Ven al banquete del Cordero. No más migajas de vanidad. Corre a la mesa de la gracia. No seas un volcán apagado; sé un alma peregrina camino a la dicha y el gozo perpetuos en Cristo.

Valorado con 4,7 en la App Store
Disfruta 90 días gratis
9,99 € / mes después de la prueba.Cancela cuando quieras.
Podcasts exclusivos
Sin anuncios
Podcast gratuitos
Audiolibros
100 horas / mes