
Cura esta herida que siento
Podcast de Fernando Díaz
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Sabemos que el nuestro es un país de empresas fragmentadas, tradicionalmente poco colaborativas y con un tamaño demasiado pequeño para innovar y absorber empleo de calidad científica. Señalamos en innumerables desayunos informativos y renombrados informes que es necesario elevar la calidad del sistema educativo para generar más ciencia aplicada y al tiempo crear más empresas capaces de trasladar patentes al mundo productivo, que dedicamos menos de 1,5% del PIB a investigación y desarrollo, por debajo la media europea y a mucha distancia de muchos países asiáticos. Que tan solo la empresa Philips presenta más solicitudes al año ante la Oficina Europea de Patentes que toda España en su conjunto. Pero lanzada la soflama de alguna línea de subvención que nuevamente no mediremos ni analizaremos adecuadamente ni en su impacto, ni en sus resultados, volveremos a malgastar el tiempo con algún tema marcadamente sentimental o decididamente frívolo. Seguiremos bailando en definitiva. Viendo como algunos de nuestros mejores jóvenes se marchan y profesionales en su mejor momento se infrautilizan. Escucharemos de nuevo que hay que potenciar a las empresas innovadoras y fomentar alianzas nuevas. Leeremos otra vez que nuestras grandes corporaciones sólo generan algo más del veinte por ciento de la totalidad del empleo y lo contrastaremos amargamente con el cuarenta, de países que son líderes en innovación y deberían ser nuestro reflejo. Y sin embargo seguiremos bailando la idea pueril del empresario como explotador del esfuerzo ajeno. Posponiendo ineludibles reformas que terminarán por estallarnos. Observando desde la barrera como el mundo cambia cada año a velocidad inusitada. Danzando enajenadamente, en definitiva, frente a nuestros televisores y, sobre todo frente a nuestros móviles.

Convengamos que el sentimiento de culpa es no perdonarse a uno mismo y el rencor no perdonar al otro. Ambas encierran condenas que aconsejan ser descerrajadas. Y ello es as porque conseguirlo es un acto de higiene mental que nos permite liberarnos de la carga emocional que suponen. Y la llave en ambos casos es el perdón. Siendo tan evidente y resultando tan crucial hacerlo, ¿porqué nos resulta tan difícil? Hoy hablamos brevemente de como perdonar no significa justificar las acciones, sino liberarnos de su carga emocional. Al perdonar, no solo liberamos al otro de nuestra ira, sino también a nosotros mismos. El perdón es un acto compasivo y de sanación. Palabras que suenan obsoletas, pero no lo son en absoluto. Mientras no encontremos otras mejores, siguen siendo completamente válidas.

A diario, nos enfrentamos con infinidad de dilemas y conflictos que tenemos que tratar de resolver de la forma más eficaz. Nuestra capacidad intelectual nos permite, por lo general, analizar la información de modo adecuado, pero también poseemos sesgos y condicionantes que enturbian los resultados y la eficiencia en conseguirlos. Es lógico que desde siempre hayamos buscado técnicas para perfeccionar este proceso que no deja de ser una necesidad. El concepto Complex Problem Solving, CPS, se utilizó por primera vez por Dietrich Dörner, profesor de psicología, a mediados de los setenta. Es una disciplina que engloba muchas técnicas y herramientas como el Análisis de Causa Raíz, Diagrama de Ishikawa, Análisis Kepner-Tregoe o los Diagramas Sistémicos, entre muchas otras, pero siempre con un objetivo práctico. Así, el CPS se nos muestra al tiempo como una herramienta, una suma de habilidades y de procesos que tratan de ayudarnos a resolver complejas complejos. Es una herramienta porque nos ayuda de modo práctico, una habilidad porque una vez que lo aprendimos, podemos usarla repetidamente y un proceso porque sigue una serie de pasos.

Un tercio de españoles sufre trastornos, un 30% más que hace un año, y el país está a la cabeza internacional en estrés y consumo de antidepresivos. España es el segundo país europeo que más ansiolíticos consume por detrás de Portugal, y el cuarto en consumo de antidepresivos. Las prescripciones no han dejado de aumentar desde que hay registros. Este aumento es especialmente preocupante en la población joven. Entre los 20-24 años, el consumo de antidepresivos ha aumentado un 52% desde 2017, un 40,4% entre los jóvenes de 25-29 años. La patología que en mayor proporción limita a los españoles es la depresión. La sufre hasta un 17%, pero seguida muy de cerca del trío que forman la ansiedad, las fobias y el estrés postraumático, con un 16% de afectados, y con los trastornos alimentarios (anorexia y bulimia) en tercer lugar, con un 3% de perjudicados. Los porcentajes de afectación de estas dolencias son muy altos, pero es que, como ocurría con el dato general, se han disparado en los últimos doce meses, con aumentos de cuatro puntos en los dos grupos de patologías principales, lo que significa ascensos del 25%. La depresión en concreto y la salud mental en sentido amplio tiene muchos orígenes, pero la sensación de culpa y el rencor es sin duda uno de ellos. Imagino que estaremos de acuerdo en que la culpa es no perdonarse a uno mismo y el rencor es no perdonar al otro. Aunque parezcan distintas ambas encierran ataduras y aconsejan librarse de ellas.

eneralizar se hace necesario si tratamos de estudiar cualquier tema que incorpore el aspecto social. Lo malo es que inevitablemente incorporamos el error. Error que deriva en desastre cuando se trata de la generación de opiniones o de la toma de decisiones. Precisamente es parte de la dificultad en la comprensión de nuestra gestión política: el abuso de una simplificación en las temáticas y en sus explicaciones que ralla, a menudo, en la simpleza. Como siempre, entender el porqué es siempre buen arranque para comenzar a enmendar. Una buena parte se explica en el efecto Forer y sus principales características: el uso de la vaguedad, la universalidad y la validación personal. Y es que, generalmente, se busca información que valide las creencias personales, descartando la aquella que no lo hace. Razón por la que tendemos a leer periódicos o a seguir programas que concuerden con nuestras ideas. O aún peor con nuestros prejuicios. De esto e incluso al final, de don Gregorio Marañón, versa este episodio.
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