
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Podcast de Juan David Betancur Fernandez
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Acerca de Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.
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Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento. [https://www.buzzsprout.com/twilio/text_messages/471847/open_sms] Juan David Betancur Fernandez elnarradororal@gmail.com [elnarradororal@gmail.com] Había una vez en un pueblo del centro mismo del pais una tradición que después de muchas generaciones aún se conservaba en aquella región dedicada exclusivamente a la agricultura. Era la mañana del 27 de junio y esta amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer. Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas; Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix acumularon finalmente un gran montón de piedras en un rincón de la plaza y lo protegieron de las incursiones de los otros chicos. Las niñas se quedaron aparte, charlando entre ellas y volviendo la cabeza hacia los chicos, mientras los niños más pequeños jugaban con la tierra o se agarraban de la mano de sus hermanos o hermanas mayores. Pronto empezaron a reunirse los hombres, que se dedicaron a hablar de sembrados y lluvias, de tractores e impuestos, mientras vigilaban a sus hijos. Formaron un grupo, lejos del montón de piedras de la esquina, y se contaron chistes sin alzar la voz, provocando sonrisas más que carcajadas. Las mujeres, con descoloridos vestidos de andar por casa y suéteres finos, llegaron poco después de sus hombres. Se saludaron entre ellas e intercambiaron apresurados chismes mientras acudían a reunirse con sus maridos. Pronto, las mujeres, ya al lado de sus maridos, empezaron a llamar a sus hijos y los pequeños acudieron a regañadientes, después de la cuarta o la quinta llamada. Bobby Martin esquivó, agachándose, la mano de su madre cuando pretendía agarrarlo y volvió corriendo, entre risas, hasta el montón de piedras. Su padre lo llamó entonces con voz severa y Bobby regresó enseguida, ocupando su lugar entre su padre y su hermano mayor. La lotería -igual que los bailes en la plaza, el club juvenil y el programa de la fiesta de Halloween- era dirigida por el señor Summers, que tenía tiempo y energía para dedicarse a las actividades cívicas. El señor Summers era un hombre jovial, de cara redonda, que llevaba el negocio del carbón, y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos y el señor Summers dijo: «Hoy llego un poco tarde, amigos». El administrador de correos, el señor Graves, venía tras él cargando con un taburete de tres patas, que colocó en el centro de la plaza y sobre el cual instaló la caja negra el señor Summers. Los vecinos se mantuvieron a distancia, dejando un espacio entre ellos y el taburete, y cuando el señor Summers preguntó: «¿Alguno de ustedes quiere echarme una mano?», se produjo un instante de vacilación hasta que dos de los hombres, el señor Martin y su hijo mayor, Bax

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento. [https://www.buzzsprout.com/twilio/text_messages/471847/open_sms] Juan David Betancur Fernandez elnarradororal@gmail.com [elnarradororal@gmail.com] Había una vez hace algunos siglos en el corazón de las Tierras Altas, un diminuto pueblo llamado Advie. Este pueblo quedaba donde Irlanda se funde con la bruma y los suspiros del viento que provienen del mar del norte. Advie No aparecía en los mapas, y quienes lo conocían decían que estaba protegido por los antiguos, por espíritus del bosque y pactos olvidados. Las colinas verdes se ondulaban como un mar dormido, y los bosques eran tan espesos que la luz del sol apenas tocaba el suelo. En ese rincón encantado vivía Aine, una joven cuya belleza no era solo física, sino profundamente espiritual. Su cabello dorado parecía tejido por el sol del equinoccio, y sus ojos azules contenían la nostalgia de los lagos antiguos. Aine no caminaba: danzaba entre los árboles, hablaba con los ciervos, y tejía coronas de flores que duraban más allá de su estación. Era la hija del bosque, la guardiana de la esperanza. Un día, el destino le presentó a Eamon, un pastor de mirada clara y manos curtidas por el trabajo. Él tocaba una flauta de madera que había tallado él mismo, y sus melodías hacían que los pájaros se acercaran y los lobos se alejaran. Su amor fue inmediato, como si sus almas se reconocieran de vidas anteriores. Se encontraban en un claro secreto, donde los robles formaban un círculo perfecto, y allí juraron amor eterno bajo la luna de Samhain. Pero la guerra llegó como una sombra que cubrió toda Irlanda. Eamon fue llamado a luchar, y en la víspera del Día de Todos los Santos, prometió regresar un año después, al anochecer, en el mismo claro donde se habían jurado amor. Aine esperó. Y esperó. Cada año, en esa misma fecha, vestida de blanco, con una corona de flores silvestres, se sentaba en la roca del claro, mirando hacia el sendero por donde él debía volver. Los aldeanos comenzaron a acompañarla en silencio, dejando velas encendidas y canciones suaves. Pero el año prometido llegó, y Eamon no volvió. Las noticias hablaban de muerte, de traición, de cuerpos sin nombre. Aine, devastada, caminó sola al bosque en una noche sin luna. Nunca regresó. Desde entonces, cada 1 de noviembre, cuando la niebla cubre Advie como un sudario, aparece una figura entre los árboles. La llaman La Dama de Advie. Su vestido blanco parece hecho de luz y rocío, con encajes que se desvanecen como humo. Su rostro está cubierto por un velo, pero sus ojos brillan con una tristeza que atraviesa el alma. Los que la han visto juran que ella camina sin tocar el suelo. Que su caminar le permite flotar entre los helechos y las flores del bosque. Que cuando canta es un gaelico antiguo que no permite ser traducido por los habitantes modernos de la isla pero que se siente como un lamento profundo por un amor perdido. En ocasiones extiende la mano haciendo un gesto de invitación a los viajeros que encuentra invitándolos a seguirlas bosque adentro. Se cuenta que quienes en una arrebato de locura deciden seguirla son llevados a un claro en el bosque donde el tiempo se detiene y que una vez allí la dama de Advie les pregunta si tienen algún deseo que no hubieran realizado. Los ingenuos que has osado responderle pueden ver cumplido su deseo cuando vuelven de aquel lugar pero que a cambio la dama les hace pagar un precio significativamente alto. Algunos narran como desde ese momento pierden la alegría y la esperanza y que luego comienzan a vivir una vida tan gris que solo es cubierta por un manto de tristeza que los hace pensar en quitarse la vida. Quienes han sido tocados por su mirada dicen que sienten una marca invisible en el alma. Sin embargo aquellos que resisten a los encantos de la Dama reconocen

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento. [https://www.buzzsprout.com/twilio/text_messages/471847/open_sms] Juan David Betancur Fernandez elnarradororal@gmail.com [elnarradororal@gmail.com] Había una vez en un mundo previo al actual mundo un vasto océano de luz y la tierra aún no existía, En aquel océano de luz los orishas danzaban en armonía ya que vivían en el reino celeste donde todo era inmutable, donde también recidia el gran dios Olodumare, el que todo lo ve, el que todo lo sabe. Desafortunadamente bajo este mundo perfecto había otro donde solo había caos y oscuridad. Olodumare contemplaba el vacío bajo el cielo y pensó: —Es hora de crear un mundo donde la vida pueda florecer. Pero no lo haré solo. Llamó a Obatalá, el más sabio y sereno de los orishas. Su túnica era blanca como la espuma del mar, y su voz tenía el tono de la brisa que acaricia las hojas. Olodumare le habló: —Obatalá, tú eres justo, paciente y puro. Te encomiendo la creación de la tierra y de los seres humanos. Toma esta bolsa de arena sagrada, esta cadena de oro, y esta calabaza con barro divino. Desciende y da forma al mundo Obatalá aceptó con humildad. Se colgó la bolsa al hombro, tomó la calabaza con ambas manos, y descendió por la cadena de oro que colgaba desde el cielo como si fuera una gota de luz y a medida que bajaba, el aire se volvía más denso, más oscuro, más silencioso. Cuando llegó al punto más bajo, arrojó la arena sagrada. La arena se expandió como una isla flotante el agua, formando la primera tierra firme: Ile Ife, el corazón del mundo, la ciudad sagrada, el ombligo del mundo El viento sopló por primera vez. Las aves cantaron sin haber sido creadas aún y El tiempo comenzó a latir. Obatalá se arrodilló sobre la tierra virgen, Abrio la calabaza y vertió el barro sobre la arena, y con dedos suaves comenzó a moldear figuras humanas. Sus dedos danzaban como ramas en el viento, dando forma a cabezas, torsos, brazos, piernas. Cada figura era única, cada rostro tenía una expresión distinta: alegría, melancolía, asombro. Pero el sol ardía con fuerza, y Obatalá, agotado, decidió descansar bajo una palmera. Allí encontró una vasija con vino de palma que era dulce y embriagador. Bebió un poco… luego otro poco… y otro más. El vino de palma era un elixir que le llenaba todos los sentidos, y pronto Obatalá comenzó a moldear con manos torpes. Las figuras que creó en ese estado eran diferentes: unas tenían piernas más cortas, otras brazos torcidos, algunas rostros desfigurados. Cuando terminó, se tumbó bajo la palmera y cayó en un sueño profundo. Al despertar, vio lo que había hecho. Su corazón se llenó de tristeza, sentía vergüenza —¿Qué he hecho? —dijo—. He fallado en mi tarea. He creado seres incompletos. Subió al cielo por la cadena de oro y se presentó ante Olodumare, con lágrimas en los ojos. —Perdóname. He deshonrado tu encargo. Pero Olodumare no lo reprendió. En cambio, le habló con ternura: —Obatalá, tú no has fallado. Has revelado una verdad profunda: la vida no es perfecta, pero es sagrada. —Los que tú creaste en tu embriaguez no son errores. Son parte del equilibrio. Ellos enseñarán humildad, fortaleza y amor. Ellos también tienen alma, propósito y belleza. —Desde hoy, tú serás el protector de todos los que nacen diferentes. Serás su guía, su consuelo, su fuerza. Y para recordar este momento, nunca más beberás vino. Solo agua fresca será tu ofrenda. Las figuras moldeadas por Obatalá yacían sobre la tierra de Ife, inmóviles, como estatuas dormidas. Pero Olodumare, viendo que la forma estaba lista, envió a Orunmila, el orisha de la sabiduría y el destino, para que les soplara el aliento vital. Orunmila caminó entre los cuerpos de barro, y uno por uno, les susurró palabras antiguas, palabras que no se pronuncian, sino que se sie

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento. [https://www.buzzsprout.com/twilio/text_messages/471847/open_sms] Juan David Betancur Fernandez elnarradororal@gmail.com [elnarradororal@gmail.com] En las tierras de green wood donde los sauces lloraban sobre ríos de niebla había un reino donde la medición del tiempo había sido prohibida por decreto real ya que se decía que aquellos que median los meses y los anos perdían el interés en lo realmente importante. Su vida interna. En dicho reino los días se relacionaban solamente por el color del cielo al atardecer. Los mapas eran dibujados con tinta de luciérnaga para que solamente pudieran durar un corto tiempo y todo tuviera que ser descubierto de nuevo cada día ya que los caminos cambiaban de lugar según el humor de los arboles del bosque. Allí en aquel mundo vivía un joven llamado Sorin y tenía un tgrabajo muy importante. El era el escriba de la abadia y por ello debía siempre estar atento a todo lo que sucedia en la región y dentro de la abadia. Su oficio era copiar manuscritos en la abadía de San eustaquio, pero el alma de sorin tenía un secreto profundo. Dentro de si quería algo más que tinta y pergamino: deseaba cruzar el Umbral. El Umbral era una puerta de piedra negra, oculta en el bosque de los Susurros, que según las leyendas, conectaba el mundo visible con el Reino de las Verdades Olvidadas. Solo podía cruzarla quien respondiera correctamente al Guardián, una criatura que no era bestia ni hombre, sino una pregunta encarnada. Una noche de luna nueva, Sorin robó una lámpara de aceite y partió hacia el bosque. Tras horas de caminar entre árboles que murmuraban su nombre pudo finalmente llegar al lugar más oscuro y profundo del bosque y allí encontró el umbral. Era: una puerta de obsidiana flotante, sostenida por cadenas de luz líquida. Frente a ella, y allí frente a ella un ser extraño y misterioso El guardian l Guardián no tenía forma fija. Era una amalgama de máscaras flotantes, cada una representando una emoción humana. Su voz era como el eco de pensamientos no dichos. A veces parecía un anciano, otras veces un niño, y otras, una sombra sin rostro. . Todo era misterioso y cambiante a medida que cada una de las mascaras reemplazaba la anterior mientras las otras giraban sobre su cabeza como planetas alrededor del sol. —¿Qué buscas, escriba? —preguntó el Guardián, con voz que parecía venir de todas direcciones. —La verdad que se esconde tras las palabras —respondió sorin. Quiero conocer que se esconde detrás de cada una de las historias de los libros que copio. El guardián cambio de nuevo su mascara y dijo Qué es más real, lo que se recuerda o lo que nunca ocurrió pero se sueña cada noche? El joven Sorin recordó la frase que alguna vez su madre le dijo. La verdad eres tu y sus sueños El joven respondió. Lo que se sueña con fidelidad es más real que lo que se recuerda con duda. —Entonces dime: ¿qué pesa más, la mentira que salva una vida o la verdad que la condena? Elian dudó. recordó al abad, que decía que la verdad era luz, aunque quemara. Finalmente, respondió: —Pesa más la intención que la palabra. Una mentira que nace del amor es más liviana que una verdad que nace del orgullo. El Guardián se quitó una máscara: la de la duda. Y detrás, no había rostro, sino un espejo.sorin se vio a sí mismo, pero con ojos que no eran suyos: ojos antiguos, como si llevara siglos esperando ese momento. —Has respondido como quien ha vivido más de una vida —dijo el Guardián—. Puedes cruzar. Al cruzar,sorin no encontró oro ni monstruos, sino una biblioteca suspendida en el vacío, donde los libros flotaban como medusas en un océano infinito. Cada tomo tenía una cerradura que solo se abría con una emoción pura: un llanto sincero, una carcajada sin motivo, un miedo sin razón aparent

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento. [https://www.buzzsprout.com/twilio/text_messages/471847/open_sms] Juan David Betancur Fernandez elnarradororal@gmail.com [elnarradororal@gmail.com] Había una vez, en la era de los grandes reinos cuando los dioses aún caminaban entre los hombres y los ríos hablaban en sueños,, vivía el rey Sagara, poderoso y orgulloso. Deseando afirmar su supremacía, ordenó a sus 60,000 hijos que buscaran el caballo robado de un ritual sagrado.Este caballo había sido robado por Indra y llevado a Patala cerca de la ermita de el sabio Kapila. Los hijos de Sagara viajaron hasta la ermita de dicho sabio y rodearon y profanaron el santuario donde el sabio estaba meditando en silencio e ignorante de lo que estaba sucediendo Cuando Kapila abrio los ojos y vio los 60 mil hijos de Sagara alrededor Kapila, . Su mirada era fuego. “La ignorancia es la mayor ofensa,” dijo, y con un solo pensamiento, redujo a cenizas a los 60,000 hijos. Sus almas quedaron atrapadas en el mundo intermedio, sin poder ascender ni reencarnar. El linaje de Sagara quedó maldito. Generaciones después, nació Bhagiratha, último heredero de esa estirpe. No era guerrero ni conquistador, sino un hombre de profunda compasión. Al conocer el destino de sus ancestros, juró liberarlos. Bhagiratha, joven pero sabio, decidió romper el ciclo. Renunció al trono, vistió ropas de corteza, y se retiró a las montañas del Himalaya, donde el cielo toca la tierra donde el aire es delgado y los pensamientos se vuelven claros como cristal.. Allí, entre glaciares y vientos que hablan en lenguas antiguas, meditó durante mil años, inmóvil como una roca, su mente fija en la redención y alimentándose solo de luz y voluntad Los dioses lo observaron. Brahma, el creador, descendió en un rayo de luz. Los dioses lo observaron. Brahma, el creador, se conmovió por su devoción y le ofreció una solución: haría que Ganga, el río celestial que fluía entre las estrellas, descendiera a la tierra para purificar las cenizas de sus ancestros. Pero había un problema: “Si Ganga cae directamente, su fuerza destruirá la tierra. Solo Shiva, el señor de la transformación, puede contenerla.” Bhagiratha comenzó una nueva penitencia, esta vez dirigida a Shiva, el dios que habita en la frontera entre la vida y la muerte. Shiva, con su piel cenicienta y su cabello como raíces cósmicas, meditaba en el monte Kailash. Las plegarias llegaron hasta Shiva quien . Abrió su tercer ojo, y el universo tembló. Con voz profunda y grave el dios dijo “Acepto tu suplica ”, dijo. “Que Ganga caiga sobre mí.” Y así ocurrió. Los cielos se abrieron Desde los reinos celestiales, Ganga, la diosa del río, descendió. , Ganga descendió como una serpiente de luz, una corriente de agua que brillaba con estrellas. Su cuerpo era agua luminosa, su voz era canto, su mirada era compasión. Pero también era orgullosa. “¿Por qué debo descender al mundo de los hombres?”, preguntó. Bhagiratha respondió: “Para liberar a los que sufren. Para unir cielo y tierra.” Ganga aceptó. Cayó como un torrente de estrellas. Pero justo antes de tocar la tierra, Shiva la atrapó en su cabello, enredándola en sus trenzas como quien guarda una flor de una tormenta o un relámpago en una caja de madera. La diosa se agitó, furiosa. Shiva sonrió, y con un gesto, liberó una hebra de su cabello De esa hebra nació el río Ganga, que serpenteó por las montañas, siguió a Bhagiratha por valles y desiertos, hasta llegar al lugar donde yacían las cenizas de sus ancestros. Al tocar la tierra, el agua cantó.y Las almas de aquellos 60000 antepasados de Bhagiratha se elevaron como pájaros, libres al fin. Desde entonces, Ganges es más que un río. Es madre, es diosa, es puente e

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