Laberinto Criminal
Podcast de PerSeo Podcast
Un podcast apasionante y cautivador que te sumerge en el oscuro y enigmático mundo del crimen real. En cada episodio, exploramos casos intrigantes y p...
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55 episodiosEl caso de Emanuela Orlandi, una joven de 15 años nacida y criada en el corazón del Vaticano, es uno de los enigmas más oscuros y perturbadores de la historia reciente. El 22 de junio de 1983, Emanuela salió de su casa para asistir a su clase de música en Roma, como lo hacía habitualmente. Aquel día, sin embargo, algo fue diferente. Llegó tarde a clase, estuvo distraída durante la lección y pidió salir antes, un comportamiento inusual en una joven conocida por su responsabilidad. Después de la clase, Emanuela llamó a su casa desde una cabina telefónica para contarle a su hermana Federica sobre una oferta laboral que había recibido de un hombre que le prometía una considerable suma de dinero por repartir folletos de cosméticos Avon. Aunque entusiasmada, Emanuela dijo que quería consultar con sus padres antes de aceptar. Esa fue la última vez que alguien de su familia supo de ella. Testigos posteriores afirmaron haberla visto hablando con un hombre cerca del Palazzo Madama, sede del Senado italiano, quien conducía un BMW verde metalizado. A pesar de los esfuerzos iniciales, el hombre nunca fue identificado y la pista se desvaneció. Mientras tanto, la familia Orlandi comenzó una desesperada búsqueda, enfrentándose a una inacción inicial por parte de la policía que desestimó la desaparición como un caso común de adolescente. A medida que pasaron los días, el caso atrajo la atención mediática, generando una avalancha de teorías conspirativas que involucraban al Vaticano, la mafia, servicios secretos internacionales y figuras clave de la época. Desde entonces, la desaparición de Emanuela Orlandi ha estado rodeada de silencio, contradicciones y especulaciones. Décadas después, el misterio sigue sin resolverse. La familia Orlandi, incansable en su búsqueda de respuestas, continúa exigiendo justicia y transparencia en un caso que, más de 40 años después, sigue siendo una mancha imborrable para el Vaticano y un dolor constante para quienes conocieron y amaron a Emanuela.
El caso de Yara Gambirasio es uno de los episodios más sombríos y conmovedores en la historia criminal de Italia. Yara, una joven de 13 años, desapareció la tarde del 26 de noviembre de 2010 en Brembate di Sopra, un pequeño pueblo en la provincia de Bérgamo. La niña salió de su casa para devolver un radiocasete a su entrenadora en el gimnasio donde practicaba gimnasia rítmica, pero nunca regresó. A medida que avanzaba la noche y se hacía evidente su ausencia, comenzó una búsqueda frenética que involucró a su familia, amigos, y luego a toda la comunidad. La desaparición de Yara conmocionó a Italia, y pronto las autoridades iniciaron una investigación masiva encabezada por la fiscal Letizia Rugeri. Las primeras horas y días fueron cruciales, con un despliegue de fuerzas policiales, voluntarios y perros rastreadores que peinaron el área. La búsqueda se extendió sin descanso, pero durante tres largos meses no hubo rastro de Yara. Fue hasta el 26 de febrero de 2011 cuando un aficionado que volaba un avión teledirigido en un campo cercano encontró, por azar, el cuerpo de Yara en un avanzado estado de descomposición. La noticia causó un profundo impacto en la sociedad italiana. La autopsia reveló datos escalofriantes: Yara había sufrido golpes y heridas de arma blanca, y aunque ninguna lesión era mortal por sí misma, se determinó que la hipotermia habría acelerado su muerte. La falta de pistas contundentes complicó la investigación, pero los investigadores lograron obtener un perfil genético a partir de muestras de ADN encontradas en la ropa de Yara. Sin embargo, Italia no contaba en ese momento con una base de datos nacional de ADN, lo que representó un gran desafío para los investigadores. El ADN fue identificado como masculino, y el portador, al que llamaron “Inyoto Uno” o "desconocido Uno", se convirtió en el principal sospechoso. La fiscal Rugeri y su equipo recurrieron entonces a un exhaustivo muestreo de ADN en la región de Bérgamo, en un esfuerzo por encontrar coincidencias. Más de 15,000 muestras fueron recolectadas y analizadas a lo largo de años de investigación, incluyendo las de la familia Guerinoni, un linaje de Bérgamo con el que el ADN presentaba coincidencias parciales. Finalmente, se identificó a Giuseppe Guerinoni como el padre biológico del sospechoso, lo que generó una nueva línea de investigación orientada a encontrar al hijo ilegítimo de Giuseppe. Tras años de análisis genéticos y de investigación genealógica, en 2014, los investigadores lograron identificar al sospechoso: Massimo Bossetti, un trabajador de la construcción y residente de Bérgamo. Bossetti fue arrestado y juzgado en 2015. A pesar de su defensa, que siempre sostuvo su inocencia, el ADN lo vinculaba de manera irrefutable a la escena del crimen. Fue condenado a cadena perpetua. El caso de Yara Gambirasio dejó una huella profunda en Italia, tanto por la brutalidad de los hechos como por el despliegue tecnológico y científico empleado en su resolución. La historia de Yara continúa siendo un recordatorio de la vulnerabilidad de los más jóvenes y de la incansable búsqueda de justicia en un caso que desafió a una comunidad y al sistema judicial italiano.
El caso de Yara Gambirasio es uno de los episodios más sombríos y conmovedores en la historia criminal de Italia. Yara, una joven de 13 años, desapareció la tarde del 26 de noviembre de 2010 en Brembate di Sopra, un pequeño pueblo en la provincia de Bérgamo. La niña salió de su casa para devolver un radiocasete a su entrenadora en el gimnasio donde practicaba gimnasia rítmica, pero nunca regresó. A medida que avanzaba la noche y se hacía evidente su ausencia, comenzó una búsqueda frenética que involucró a su familia, amigos, y luego a toda la comunidad. La desaparición de Yara conmocionó a Italia, y pronto las autoridades iniciaron una investigación masiva encabezada por la fiscal Letizia Rugeri. Las primeras horas y días fueron cruciales, con un despliegue de fuerzas policiales, voluntarios y perros rastreadores que peinaron el área. La búsqueda se extendió sin descanso, pero durante tres largos meses no hubo rastro de Yara. Fue hasta el 26 de febrero de 2011 cuando un aficionado que volaba un avión teledirigido en un campo cercano encontró, por azar, el cuerpo de Yara en un avanzado estado de descomposición. La noticia causó un profundo impacto en la sociedad italiana. La autopsia reveló datos escalofriantes: Yara había sufrido golpes y heridas de arma blanca, y aunque ninguna lesión era mortal por sí misma, se determinó que la hipotermia habría acelerado su muerte. La falta de pistas contundentes complicó la investigación, pero los investigadores lograron obtener un perfil genético a partir de muestras de ADN encontradas en la ropa de Yara. Sin embargo, Italia no contaba en ese momento con una base de datos nacional de ADN, lo que representó un gran desafío para los investigadores. El ADN fue identificado como masculino, y el portador, al que llamaron “Inyoto Uno” o "desconocido Uno", se convirtió en el principal sospechoso. La fiscal Rugeri y su equipo recurrieron entonces a un exhaustivo muestreo de ADN en la región de Bérgamo, en un esfuerzo por encontrar coincidencias. Más de 15,000 muestras fueron recolectadas y analizadas a lo largo de años de investigación, incluyendo las de la familia Guerinoni, un linaje de Bérgamo con el que el ADN presentaba coincidencias parciales. Finalmente, se identificó a Giuseppe Guerinoni como el padre biológico del sospechoso, lo que generó una nueva línea de investigación orientada a encontrar al hijo ilegítimo de Giuseppe. Tras años de análisis genéticos y de investigación genealógica, en 2014, los investigadores lograron identificar al sospechoso: Massimo Bossetti, un trabajador de la construcción y residente de Bérgamo. Bossetti fue arrestado y juzgado en 2015. A pesar de su defensa, que siempre sostuvo su inocencia, el ADN lo vinculaba de manera irrefutable a la escena del crimen. Fue condenado a cadena perpetua. El caso de Yara Gambirasio dejó una huella profunda en Italia, tanto por la brutalidad de los hechos como por el despliegue tecnológico y científico empleado en su resolución. La historia de Yara continúa siendo un recordatorio de la vulnerabilidad de los más jóvenes y de la incansable búsqueda de justicia en un caso que desafió a una comunidad y al sistema judicial italiano.
El caso de Lucía Garrido es uno de los crímenes más complejos y mediáticos en la historia reciente de España, vinculado a una red de corrupción, violencia y encubrimiento que sacudió profundamente a las instituciones encargadas de velar por la seguridad pública. Lucía Garrido fue asesinada en abril de 2008, después de haber denunciado repetidas veces a su exmarido, Manuel Alonso Herrero, por malos tratos. A pesar de sus constantes denuncias, el sistema judicial no le brindó la protección necesaria. Lucía vivía en la finca Los Naranjos, en Alhaurín de la Torre, Málaga, un lugar que compartía con Manuel, con quien tenía una hija. En esa finca se gestionaba el cuidado de animales exóticos decomisados por la Guardia Civil, en lo que parecía ser una actividad legal, pero que más tarde revelaría ser el centro de actividades ilegales, incluyendo el tráfico de animales y narcotráfico. El 30 de abril de 2008, Lucía fue brutalmente asesinada. Su cuerpo apareció flotando en la piscina de la finca, con evidentes signos de violencia. Lo que en un principio parecía un crimen pasional cometido por su exmarido, rápidamente se transformó en algo mucho más profundo. La investigación, conocida como el "Caso Telaraña", destapó una red de corrupción que involucraba a miembros de la Guardia Civil, funcionarios públicos y redes de narcotráfico. Manuel Alonso Herrero fue señalado desde el principio como el principal sospechoso del asesinato, pero presentó una coartada sólida basada en recibos y testimonios que lo situaban fuera de la finca en el momento del crimen. Aunque su implicación en la red de corrupción y tráfico de animales era evidente, las pruebas directas que lo vinculaban con la muerte de Lucía resultaron insuficientes durante años. La corrupción en las investigaciones y las conexiones entre criminales y agentes de seguridad impidieron que se avanzara rápidamente en el caso. El caso se mantuvo estancado durante años, hasta que una investigación más profunda, iniciada en 2012, permitió reabrirlo bajo la supervisión del Servicio de Asuntos Internos de la Guardia Civil. Este equipo descubrió que la corrupción en torno a la muerte de Lucía estaba relacionada con otras actividades criminales, incluyendo el narcotráfico y la protección de ciertos delincuentes por parte de miembros de las fuerzas de seguridad. Finalmente, en 2019, un juicio absolvió a los acusados, entre ellos Manuel Alonso, debido a la falta de pruebas concluyentes. Sin embargo, tras una apelación de la familia, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía anuló la sentencia y ordenó la repetición del juicio, que está pendiente de celebrarse. El caso de Lucía Garrido no solo destaca por la brutalidad de su asesinato, sino también por la complejidad de una red de corrupción que involucraba a aquellos que, en teoría, debían protegerla. Su muerte destapó las fallas del sistema judicial y puso de manifiesto las profundas conexiones entre el crimen organizado y ciertos sectores de las fuerzas del orden.
El caso de Lucía Garrido es uno de los crímenes más complejos y mediáticos en la historia reciente de España, vinculado a una red de corrupción, violencia y encubrimiento que sacudió profundamente a las instituciones encargadas de velar por la seguridad pública. Lucía Garrido fue asesinada en abril de 2008, después de haber denunciado repetidas veces a su exmarido, Manuel Alonso Herrero, por malos tratos. A pesar de sus constantes denuncias, el sistema judicial no le brindó la protección necesaria. Lucía vivía en la finca Los Naranjos, en Alhaurín de la Torre, Málaga, un lugar que compartía con Manuel, con quien tenía una hija. En esa finca se gestionaba el cuidado de animales exóticos decomisados por la Guardia Civil, en lo que parecía ser una actividad legal, pero que más tarde revelaría ser el centro de actividades ilegales, incluyendo el tráfico de animales y narcotráfico. El 30 de abril de 2008, Lucía fue brutalmente asesinada. Su cuerpo apareció flotando en la piscina de la finca, con evidentes signos de violencia. Lo que en un principio parecía un crimen pasional cometido por su exmarido, rápidamente se transformó en algo mucho más profundo. La investigación, conocida como el "Caso Telaraña", destapó una red de corrupción que involucraba a miembros de la Guardia Civil, funcionarios públicos y redes de narcotráfico. Manuel Alonso Herrero fue señalado desde el principio como el principal sospechoso del asesinato, pero presentó una coartada sólida basada en recibos y testimonios que lo situaban fuera de la finca en el momento del crimen. Aunque su implicación en la red de corrupción y tráfico de animales era evidente, las pruebas directas que lo vinculaban con la muerte de Lucía resultaron insuficientes durante años. La corrupción en las investigaciones y las conexiones entre criminales y agentes de seguridad impidieron que se avanzara rápidamente en el caso. El caso se mantuvo estancado durante años, hasta que una investigación más profunda, iniciada en 2012, permitió reabrirlo bajo la supervisión del Servicio de Asuntos Internos de la Guardia Civil. Este equipo descubrió que la corrupción en torno a la muerte de Lucía estaba relacionada con otras actividades criminales, incluyendo el narcotráfico y la protección de ciertos delincuentes por parte de miembros de las fuerzas de seguridad. Finalmente, en 2019, un juicio absolvió a los acusados, entre ellos Manuel Alonso, debido a la falta de pruebas concluyentes. Sin embargo, tras una apelación de la familia, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía anuló la sentencia y ordenó la repetición del juicio, que está pendiente de celebrarse. El caso de Lucía Garrido no solo destaca por la brutalidad de su asesinato, sino también por la complejidad de una red de corrupción que involucraba a aquellos que, en teoría, debían protegerla. Su muerte destapó las fallas del sistema judicial y puso de manifiesto las profundas conexiones entre el crimen organizado y ciertos sectores de las fuerzas del orden.
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