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¿Qué representa para los fieles que viven bajo represión? ¿Qué se espera de su pontificado frente a la persecución religiosa en Nicaragua? A continuación, el mensaje de Félix Maradiaga, presidente de la Fundación para la Libertad de Nicaragua.

Desde la Fundación para la Libertad de Nicaragua, expreso mi más profundo reconocimiento al diario La Prensa por haber sido galardonado con el Premio Mundial a la Libertad de Prensa Unesco/Guillermo Cano 2025. Este no es un premio más: es un acto de justicia histórica y una afirmación de principios frente a un régimen que ha intentado destruir toda forma de pensamiento libre. La Prensa, el periódico más antiguo de Nicaragua, con casi un siglo de historia, ha sido en repetidas ocasiones objeto del odio visceral del régimen Ortega-Murillo. Le han confiscado sus instalaciones, encarcelado a sus directivos, perseguido a sus periodistas y censurado su voz. Pero no han logrado silenciar su espíritu. Hoy, La Prensa resiste desde el exilio, desde la diáspora, desde la dignidad. La furia desatada por Rosario Murillo ante este reconocimiento confirma lo que ya sabíamos: la verdad les duele. Que el régimen haya optado por retirar unilateralmente a Nicaragua de la Unesco, después de más de siete décadas de pertenencia, revela su aislamiento progresivo del sistema internacional, y su intolerancia absoluta a cualquier forma de crítica. La reacción histérica de calificar el premio como “expresión diabólica de traición y antipatriotismo” no es otra cosa que el retrato de una dictadura desesperada, temerosa del poder de la palabra. La comunidad internacional no se ha dejado engañar. La Unesco, con claridad y coherencia, reafirmó su mandato: defender la libertad de prensa en el mundo. Y al reconocer a La Prensa, también ha elevado la voz de cientos de periodistas nicaragüenses que hoy informan desde el exilio, en condiciones precarias, dispersos entre Costa Rica, España, México, Alemania, Canadá y Estados Unidos. A ellos también va esta felicitación y este homenaje. El premio a La Prensa es también un premio a todos aquellos que, desde la oscuridad del destierro, mantienen viva la llama del periodismo independiente. Es un premio a la resiliencia, al coraje, a la verdad. Es un recordatorio de que ninguna dictadura, por brutal que sea, puede confiscar la conciencia de un pueblo ni apagar su derecho a estar informado. Hoy, más que nunca, reafirmamos nuestro compromiso con la libertad de expresión y con el derecho inalienable del pueblo nicaragüense a vivir en democracia. Y mientras existan voces que se levanten, como la de La Prensa y tantos otros periodistas en resistencia, habrá esperanza.

El retiro de Nicaragua de la Corte Centroamericana de Justicia (CCJ) es una pataleta, un barullo de la dictadura sandinista, que al no lograr imponer a su operador político Denis Moncada como Secretario General del SICA, decide abandonar la institución en un acto de venganza y chantaje político. Desde hace años he denunciado que la presencia de Ortega en el SICA es ilegítima, pues su régimen abandonó la OEA en 2021, lo que hace contradictoria su permanencia en el sistema de integración regional. Su salida de la CCJ no es un acto soberano, sino un desordenado intento de desestabilización para presionar a los gobiernos centroamericanos que no ceden a su voluntad. Esta decisión, lejos de ser una muestra de independencia, confirma que Ortega y Murillo han convertido a Nicaragua en una colonia de China y Rusia, regímenes autoritarios a los que han entregado la soberanía del país a cambio de apoyo político y recursos para sostener su represión. Centroamérica no puede seguir tolerando los berrinches, chantajes y sabotajes de un dictador acomplejado. Ortega es un vendepatria al servicio de intereses extranjeros, que ha usado la integración regional solo cuando le conviene y la dinamita cuando no logra controlarla. Es hora de que el SICA y la comunidad internacional tomen una posición firme contra la dictadura sandinista. Nicaragua debe ser suspendida del sistema hasta que recupere la democracia. Centroamérica no puede ser rehén de un régimen fallido que solo aporta caos, corrupción y sumisión a potencias extranjeras.

Aunque el nuevo secretario general de la OEA, Albert Ramdin, ha señalado que Nicaragua no será una prioridad inmediata de su gestión, la causa de la libertad en el país no queda fuera del escenario internacional. Si bien la salida formal del régimen de Ortega limita la capacidad de la OEA para actuar, sus órganos autónomos, como la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, siguen siendo espacios activos. Sus procesos no pueden ser ignorados por la dictadura, y sus resoluciones continúan teniendo peso en la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, entramos en una nueva etapa en la que los espacios prioritarios para la acción serán la vía bilateral —donde los estados democráticos deben redoblar esfuerzos— y el ámbito de las Naciones Unidas. No hay que olvidar que en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU sigue abierto un proceso sobre Nicaragua, documentando los crímenes del régimen y buscando mecanismos para garantizar la rendición de cuentas. La salida de Nicaragua de la OEA no significa impunidad. Las denuncias y la presión internacional continúan, y Ortega no podrá evadir el escrutinio en estos escenarios donde la defensa de los derechos humanos sigue firme.

Sin duda alguna, la designación de Francisco Díaz para un nuevo período de seis años al frente de la policía sandinista no es más que un premio por su servilismo absoluto a la dictadura bicéfala y perversa de Daniel Ortega y Rosario Murillo. No se trata de un reconocimiento a su labor, ni mucho menos a la institucionalidad de la Policía, sino de una recompensa por su papel como ejecutor de la maquinaria represiva que mantiene al régimen en el poder a costa de la sangre, el sufrimiento y la opresión del pueblo nicaragüense. Díaz no es un jefe policial, es un verdugo al servicio del régimen, un operador de la represión que ha convertido a la policía en una fuerza de ocupación interna, responsable de secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos de opositores, activistas, periodistas y ciudadanos comunes. Su lealtad no es a la ley ni a la seguridad pública, sino a los caprichos de la pareja dictatorial, quienes le aseguran impunidad a cambio de su obediencia ciega. La juramentación de 30 mil “policías voluntarios” no es otra cosa que la institucionalización de las fuerzas paramilitares, las mismas fuerzas criminales y asesinas que ejecutaron la masacre de 2018 y que continúan hostigando, golpeando y secuestrando a cualquier persona que se atreva a desafiar el terror del régimen. No es coincidencia que este anuncio ocurra en el contexto de la conmemoración de Monimbó, un símbolo de resistencia popular que el régimen pretende secuestrar y pervertir en un intento desesperado de reescribir la historia ¡No lo van a lograr! La memoria de Monimbó está viva. El nombramiento de Díaz hasta 2031 deja claro que la dictadura sandinista no tiene intención alguna de ceder el poder por medios democráticos. Ortega y Murillo están construyendo un estado policial permanente, donde los jefes de la represión reciben condecoraciones en lugar de juicios, y donde la Constitución y las leyes son simples decoraciones que se ignoran a conveniencia del tirano. Pero la historia ha demostrado que ningún régimen que se sostiene en el miedo y la violencia es eterno. El pueblo de Nicaragua, que ya ha resistido décadas de dictaduras y que continúa valiente y resiliente sabrá librarse de este nuevo capítulo de opresión.
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