Dossier Negro
Podcast de La Vanguardia
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99 episodiosEl 10 de julio de 2021 Isaac Gil golpeó en la cabeza hasta la muerte a su cuñado, Pedro Fernández, con una barra de hierro. Era la culminación de una conspiración, de una trampa que habían tendido a la víctima para infringirle un mortal escarmiento por los supuestos malos tratos –nunca probados- que infringía a su pareja, Loli Vázquez. Loli tiene una hermana gemela, Pili Vázquez, que es la novia de Isaac Gil, el autor material del asesinato. La justicia entendió que los tres se conjuraron para acabar con la vida de Pedro Fernández. Además de unos audios extraídos de sus teléfonos móviles, tan descarnados como inculpatorios, un vecino de la escalera grabó a Isaac pasando por encima del cadáver de su cuñado y a las gemelas limpiando el rellano de las innumerables manchas de sangre que inundaban suelo y paredes. Los tres fueron declarados culpables y fueron a prisión. Durante el juicio no se aclararon las verdaderas razones del crimen. El fiscal del caso reconoció que desconocía el móvil, pero que tenía muy claros quienes eran los responsables.
Pili Vázquez está muy preocupada por su hermana gemela, Loli, que sale con Pedro Fernández, con el que forma una pareja tóxica, salpicada de continuas idas y venidas, de rupturas y reconciliaciones agravadas por el consumo de alcohol y por los celos. Pili cree que Loli está siendo víctima de malos tratos y lo comparte con su pareja, Isaac, por lo que ambos, antes amigos de Pedro, rompen con él toda vinculación. El rechazo llega a tal punto que la convulsa pareja empieza a verse en secreto, a espaldas de sus cuñados, para no ser motivo de discusión. A pesar de la distancia, un diabólico plan para matar a Pedro está en marcha.
Era una calurosa noche de verano en la ciudad de Sabadell. Pili y su novio Pedro están en la cama. Pasan unos minutos de las dos de la mañana. La puerta del apartamento se abre y, a continuación, entra Isaac, el cuñado de la pareja, que acaba golpeando en la cabeza a Pedro con una barra de hierro. Pedro es fuerte y, pese a lo agresivo de la embestida, logra salir al rellano. Allí Isaac lo remata salvajemente, con tanta violencia que los golpes alertan a los vecinos que llaman a los Mossos por el alboroto. Cuando llegan los policías al edificio se encuentran en el rellano a Isaac bañado en sangre, con el torso descubierto y en pantalones cortos. “Está muerto y es mi cuñado”, les dice a los agentes cuando descubren el cadáver. El asesino confeso, su novia Pili que lo acompaña y la hermana gemela de esta, Loli, son llevados a comisaría para interrogarlos porque hay muchas piezas que no encajan.
El delantero centro del FC Barcelona Enrique Castro, Quini, permaneció en 1981 encerrado durante 24 días en un zulo de apenas 8 metros cuadrados construido en un semisótano de un taller mecánico de Zaragoza. Sin ventilación, sin poder distinguir cuándo era de día y cuándo de noche, los secuestradores accedieron a facilitarle un receptor de televisión cuando se acordó la entrega de los 100 millones de pesetas que exigían como rescate. El pago debía realizarse en una cuenta corriente de un banco suizo, lo que presuntamente garantizaba el anonimato de su titular. Una brillante operación policial y judicial, en coordinación con las autoridades helvéticas, permitió detener a uno de los secuestradores, quien no tardó en confesar el paradero del pichichi azulgrana, lo que permitió su inmediata liberación. Trasladado a Barcelona, en plena madrugada, una manifestación espontánea de centenares de aficionados barcelonistas le dio la bienvenida en las dependencias de la Jefatura Superior de Policía en la Via Laietana. El jugador, abrumado ante la multitud, dijo perdonar a sus secuestradores y manifestó su deseo de jugar cuanto antes. Aquella temporada ganaría el Pichichi y la Copa del Rey.
El secuestro de Enrique Castro, Quini, el ariete del FC Barcelona y Pichichi de la Liga en 1981, se prolongó por un espacio de tiempo mucho mayor de lo que preveían los raptores y lo que esperaban familiares, dirigentes deportivos y fuerzas policiales. El dinero del rescate estaba a punto para ser entregado pero las dudas y la desconfianza de los delincuentes de no caer en una trampa alargaron las negociaciones por espacio de tres semanas. Se planificaron entregas en tren, barco y avión, pero ninguna fructificó. La última intentona, a iniciativa de los secuestradores, fue ingresar los 100 millones de pesetas del rescate en un banco suizo, que garantizaba el anonimato de los titulares. Conseguir que el dinero llegara a la capital helvética contravenía la legislación vigente, pero la vida del futbolista asturiano dependía de ello.
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