Tres cerdos y unos Louboutin

Confinada. Me lo merezco, por imbécil y por creerme cuentos de hadas que me atrapan más que liberan. Mis vecinos hacen algo por mí que me deja más que helada, mientras que mi tita me pone en una situación decisiva en mi vida. Todo se alinea menos Curro; quiero esas manazas apretándome fuerte, esos labios recorriéndome y él… A mis Louboutin: ¡Haced vuestra magia!

¡Se me había olvidado que los teléfonos fijos existen! Me siento un poco espía; una conversación telefónica que no debería haber escuchado, una fiesta sexual secreta en casa de Óscar y yo… ¡Yo me he ganado un bofetón emocional épico! Por gilipollas.

¡Plan C! ni coaches ni hostias, no hay nada mejor para buscar alternativas que no tener un duro y beber vino. Sol, barbacoa, vino, Óscar y Curro en la misma mesa, un mando a distancia, un vestido que me roza y yo… Yo no sé decir que no a ese jipy que me está regalando orgasmos y robando, poco a poco, el corazón. Creo.

Los uniformes me recuerdan a Alex, el amigo de Caye. Dios, si no hubiera estado Caye, él y yo… ¡Espera! Caye ya no está, la imaginación es libre y yo tengo un caramelo de menta… ¡Día de mercadillo! Un giro de los acontecimientos acaba con mi bolsillo vacío y mi cara contra la de Curro. Y yo ya no sé por qué tiemblo cada vez que me sonríe.

Preparar el mercadillo de resaca ya debía darme pistas; no todo va a ser tan fácil. No pasa nada. Mi tita me descubre la verdad de mi familia; no sé si reír o llorar, pero lo que sí sé es que jamás, jamás volveré a juzgar a una mujer, y menos de mi familia; el dolor y la libertad es algo que se ha llevado demasiado escondido demasiado tiempo.