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12 episodios-La pesada marca de la Ruta; a partir de 1995 Esta historia tiene sus consecuencias, pero las más relevantes no tienen mucho que ver ni con la música, ni con una industria a su alrededor y ni siquiera con el movimiento clubbing posterior. Los años del colapso de la Ruta y su marca negra lo ocupan todo. En este último episodio fijamos cómo desaparecen del tablero en apenas unos años –del 92 al 96– todos los nombres fundacionales del movimiento. Incluso, algunas de sus discotecas más tardías y masivas. La última de las etapas sirve también para analizar las consecuencias del periodismo de tono humano y su confluencia con la Ruta a través de las televisiones. La marca València se resiente hasta nuestros días y no son pocas –ni cualesquiera– las voces que fijan la pesadez del estigma con el más reciente de la corrupción política a inicios del siglo XXI. El campo de experimentación de la Ley Corcuera y la formulación de los controles de alcoholemia nos sirven para que protagonistas muy distintos nos hablen de sus ideas sobre aquellos años. Es el momento indicado también para que todas esas voces hablen de la herencia de la Ruta… en otras ciudades. Especialmente en Ibiza y Barcelona, pero también en Madrid. La posibilidad de un negocio que durante un estrecho margen de tiempo fue la gallina de los huevos de oro, alarma social a nivel estatal y cabeza de turco tras los compases de la anomia. No obstante, dado que el capítulo sirve también como despedida de la serie y hemos querido ser justos a la diversión vivida durante aquellos años (y durante la producción), dedicamos unos minutos a escuchar algunas historias y tomas falsas para agotar nuestro relato. La fiesta debe continuar.
-Crónica negra de la música para las masas; 1993-1994- En la Ruta no se puede utilizar la expresión tópica que dice “nada hacía presagiar…”. Lo cierto es que sí, que a inicios de los años 90 el devenir en masificación de aquel movimiento contracultural daba pistas de alcanzar su extinción. Pero su final se podía haber escrito de muy distintas maneras y, en este caso, por una serie de ingredientes entre fortuitos y esperables, se acabó convirtiendo en una suerte de macrosuceso retransmitido por las novísimas televisiones en España. 1993 fue el año del colapso. Ya en el mes de enero se confirmaba con la peor de las secuelas un presagio: los cuerpos de las tres chicas de Alcàsser torturadas, violadas y asesinadas aparecían. Con ellas el Estado invoca un periodismo que, también influido por el peso franquista, no se había destapado hasta la fecha. Las chicas iban a una discoteca –mantra que no se dejó de repetir– y la muerte se vinculó directamente a la Ruta. Pero 1993 fue mucho más: fue el año en el que el PSOE, tras una década en el poder, empezó a mostrar signos de debilidad en otros flancos. La corrupción o el llamado (y siempre brumoso) terrorismo de Estado dieron paso a la necesidad de la gestación de una idea: los socialistas podían ser, además de modernos como habían demostrado, un Gobierno de orden. En la resaca de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, València será el campo de experimentación de la Ley Corcuera. Y llegará la revista de la DGT dedicada íntegramente a las Rutas del Bakalao. El secretario de Estado para la seguridad, Rafael Vera, llamará a exterminarlas y acusará con a las discotecas valencianas de fomentar el proxenetismo, además de, por supuesto, responsabilizar a sus dueños del consumo de drogas generalizado y de las muertes de tráfico. Muchos ingredientes para una crónica negra que fijó a València al fin en el eje del interés informativo en España; eso sí, junto a la Guerra de Bosnia y nunca en la sección de Cultura
-Un chico llamado Chimo Bayo (1991-1992) En la cronología de la Ruta son muchos los que marcan una fecha como un antes y un después: la publicación del maxisingle ‘Así me gusta a mí’, de Chimo Bayo. La figura de este dj, cantante y showman se mantuvo al margen antes de explotar a nivel internacional gracias a las producciones musicales de German Bou. Sin embargo, su historia es una de las menos contadas, en gran medida, por la capacidad icónica de aquella canción publicada en el verano de 1991. Pero, para entender todo lo que sucede en torno a Bayo, hay que ampliar el foco al momento de València en torno a sus discotecas: ya masificadas y, sobre todo, vampirizadas por un sistema discográfico autárquico. Los actores se habían ido coordinando para explotar y acomplejar una realidad empresarial. Producir música en cantidad, sin alusión a ninguna calidad y sin conexión con las vanguardias del mundo, surtió de facturación durante un breve espacio de tiempo a todo el sistema. Es el origen del final. Las guitarras han desaparecido y la electrónica lo ocupa poco, pero desoyendo al acid house y primando la canción –muy a su manera– sobre el ritmo. Aunque en aquel momento todavía impera el peso del prototechno y el sonido industrial alemán que puede estar más próximo al tándem Bayo-Bou o Megabeat, lo cierto es que el declive de identidad y autenticidad se ha iniciado y València habrá emprendido un camino de no retorno. Un camino en el que en éxtasis también ayudará a marcar el ritmo. También, desde el estribillo más recordado de la historia de la música electrónica española.
- Jóvenes y empresarios (1989-1990) La autenticidad del fenómeno, el lado contracultural de aquellos jóvenes espoleados por el final del franquismo, se han agotado casi por completo a finales de los 80. En el cambio de década, la inquietud por la cartelería y las conexiones con los mundos de la moda, el diseño y el cómic es mínima (salvo contadas excepciones). A cambio, los empresarios han empezado a profesionalizar sus equipos y el ecosistema de salas ya ocupa un territorio amplio con decenas de posibilidades. Con miles de personas paseándose por aquellos locales, con España recién sincronizada con la Unión Europea, la OTAN y cuantos valores de mercado hicieran falta, ¿quién iba a resistirse a juguetear con la cuenta de resultados? Los empresarios pierden poco a poco la inocencia y los dj's también. El pinchadiscos deja de ser un trabajador más por y para la sala y sus marcas destacan cada vez más. Sucede con Fran Leaners ya fuera de Spook, con los últimos coletazos de Toni Vidal y con el incipiente fenómeno de Chimo Bayo. En el abrazo a la masificación, los locales no son suficientes para contentar a los beneficios posibles. Así nace la cultura de parking, con auténticas apuestas decididas como las de N.O.D., donde el tándem Clemente Martínez - Kike Jaén será el último en incorporarse a los nombres propios y de peso para el fenómeno. Nombres propios que, por cierto, rara vez tienen voz de mujer. En este episodio exploramos el rastro de su papel capital en la Ruta y conectamos algunas de sus voces.
En la historia de la Ruta hay muchos nombres propios que han quedado ocultos tras el impacto de los sucesos ocurridos a inicios de los 90. Y no todos se derivan directamente de la música: el cómic, las artes performativas, la moda y también el diseño encontraron en las discotecas valencianas un espacio de creación sin límites. El caso de ACTV, el último templo del movimiento abierto con una clara vocación artística (1986), contó con la aportación gráfica de Quique Company. Su marca y todo su desarrollo gráfico dotó de posibilidades de todo tipo a la imagen del fenómeno a través de la cartelería y el merchandising. Paco Roca, más tarde y en otras coordenadas, será otro de esos muchos nombres propios que se hilvanará creativamente con la Ruta. Además de asomarnos por primera vez a los estragos del éxtasis, en este capítulo nos aproximamos a una de las realidades sociológicas más interesantes en el análisis del fin de siglo en España: la anomia. El proceso del postfranquismo guarda espacios muy oscuros y no es menos cierto que esa carencia de normas que sirvió para que estamentos como el judicial o el policial siguieran a sus anchas, dio mucho margen para la libertad a las escenas underground.
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