
Materia Oscura
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¿Quién iba a decirnos que en lo más recóndito de nuestro propio ADN, en lo que antes llamábamos sin contemplaciones «basura genética», podría esconderse un código secreto, un lenguaje ancestral que dicta las reglas de nuestra propia existencia?

Un estudio liderado por Nicholas Strausfeld, de la Universidad de Arizona, y publicado en la prestigiosa revista Current Biology, ha revolucionado por completo esta visión. Strausfeld, en efecto, junto a un equipo de investigadores de Estados Unidos y Reino Unido, ha llevado a cabo un análisis exhaustivo de las características fosilizadas del cerebro y el sistema nervioso central de Mollisonia Symmetrica. Y lo que ha encontrado es sencillamente asombroso.

El astrónomo Adam Losekoot ha presentado el hallazgo en la Reunión Nacional de Astronomía de la Royal Astronomical Society de 2025 que se celebra en Durham, Inglaterra. Se centra en unas formaciones geológicas conocidas como «crestas sinuosas fluviales» (FSR, por sus siglas en inglés), o «canales invertidos». Para entender qué son, pensemos en un río terrestre que, con el tiempo, deposita sedimentos en su lecho. Si esos sedimentos se endurecen, se cementan, y el paisaje circundante, más blando, se erosiona con el paso de eones, lo que queda es el antiguo lecho del río, pero elevado, como una cresta. Es como si el molde del río se hubiera invertido, emergiendo de la tierra.

Volvemos hoy a una de las preguntas más incómodas de cuantas se formula la ciencia. ¿Estamos solos en el Universo? Para descubrirlo, hemos escudriñado el cielo con telescopios cada vez más potentes, y sin embargo nunca hasta ahora hemos encontrado la evidencia de una civilización tecnológica más allá de la nuestra. ¿Por qué esta aparente soledad cósmica? ¿Acaso no hemos sabido dónde o, más importante aún, cómo buscar?

¿Un año con 420 días? ¿O con 500? Aunque suene a ciencia ficción, hubo un tiempo en la historia de nuestro planeta en que realmente era así. Y no es que la Tierra tardara entonces más tiempo en hacer su recorrido alrededor del Sol, sino sencillamente que los días eran más cortos y, por lo tanto, cabían muchos más en un año. Lejos de ser una curiosidad sin importancia, esta realidad pasada nos revela una fascinante historia sobre la evolución de nuestro mundo, su Luna y el intrincado ballet cósmico que rige nuestros calendarios.